La violeta


En un espacio cerrado, se abren cada noche millones y millones de ventanas.

El aire puro, cristalino, inmaculado de la inacción es coqueteado y lentamente fusionado con los aromas a vino, sexo y risas que tejen una red sin principio ni final.

En cada palabra que me sopla tu voz, tu mirada, tu piel, tu pelo, tu sexo… está el mundo. Entero, en marcha. Y todos los mundos que con él conviven, chocan y mutan.

Hoy pude poner en palabras esa sensación misteriosa que me asaltaba en aquellas mañanas o mediodías en los que despertaba allí:


El sol, cada día, nace de tu espalda.
Y es de color violeta.

Hacer(me)


La mejor manera de decir lo que quiero decir
es
haciéndolo.

Otro abrazo más


¿Nunca te pasó que tenés ganas de abrazar, sin importar qué rostro tiene el abrazo, sino por el abrazo mismo?

Por dar y recibir calor. Por ese abrazo, esos dos o tres o muchos más que se hacen un solo abrazo. Es el abrazo del sol a la mañana que abraza a todos. De dos brazos. De contener. De sostener con los brazos. De acariciar. De querer meterse uno en otro.
Abrazo fusión.

Entregarse. Ser en brazos del otro y que el otro sea en uno. Que seamos un abrazo. Que quede esa sensación de abrazo dormida en la piel. Ganas de más abrazos. De otros por llegar y de extrañar lo que ya se dieron.


Hablar, reír, llorar, confesarnos, decirlo todo con solo un abrazo. Fuerte. Bien dado.

Abrazo multiplicador.

Sí. Ya sé. Se ha escrito mucho sobre los abrazos y se ha abrazado poco. Es un tema muy quemado. Pero bueno, aquí dejo mi llamita.

Comodidad


El otro día me acordé de nosotros sentados en la peatonal charlando de temas ridículos. Hablando de los goles del domingo; de esa película que fue un bodrio; de por qué te cuesta tanto superarla a ella; de cómo él, si hubiese esperado, capaz hoy te disfrutaba; de Dios y de la tetona de turno que se pasea por TV.

Hace unos días, una tarde, como un fantasma llegó a mí el silencio de esas siestas que pasábamos sentados uno enfrente del otro, sin mirarnos ni prestarnos atención pero con la satisfacción de saberte ahí.

Caminando, una canción de un negocio me hizo acordar que podría reconocer tu risa entre muchas y que eso me provocaría una carcajada, que en la misma multitud, vos también reconocerías.

No es que no lo supiera de antes, pero el martes pasado caí en la cuenta que en esas situaciones en la que nos poníamos incómodos, si el otro estaba ahí, la incomodidad era menor.

Sé que puedo pasar un año sin verte y, así y todo, cuando te vuelva a encontrar, no te abrazaré tan efusivamente, porque pensaré que te vi ayer.

Luce incompleto ese banco sin nosotros.

Todavía siento en mis manos ese cigarrillo. Todavía huelo ese verano. Todavía saboreo esa cerveza. Todavía escucho tus palabras. Todavía conservo tu mirada.

Eso es comodidad. Algo que estuvo presente en todas y cada una de nuestras charlas.
Pensando mientras escribo esto, en todo lo que he mencionado, concluyo que el punto final se aproxima. Y que en vez de escribir tanto sobre todo lo que te quiero, te lo voy a demostrar con abrazos, con risas, con cervezas.


Con comodidad.

Esperame. En un rato estaré por allá.

Interrogantes otoñales


¿A qué lugar del mundo van a parar los besos que no te puedo dar en este otoño?

¿No son acaso? ¿Nunca fueron? ¿O es que se acumulan en algún sitio recóndito del planeta?

Vaya a saber uno ángel caído de qué primavera es este otoño.
Este otoño y todos los otoños, padres, hermanos, abuelos, primos, amigos y enemigos de este otoño. El nuestro.

¿Cuántas ilusiones fueron devoradas por este otoño? ¿Cuántas personas, cuántos amores, cuántos vos y yo viven en el esófago de este otoño? ¿Y en el de aquel, en el de aquel otro y en el de más allá…?

¿Dónde beberemos los vinos que el frío del otoño nos impide tomar?
¿Quién bebe el vino que se cae al suelo?
¿Dónde está el cielo que prometió septiembre?

¿Por qué este cachetazo de abril arde en la misma mejilla que ardió el beso de diciembre?

¿Somos un árbol en este otoño?
¿Somos las ramas que están abajo del árbol o las que quedaron en él?
¿Somos ramas o somos hojas, al fin?

¿Quién escucha las canciones que cantamos en otoño?
¿Quiénes calientan las orejas de aquellos que usan sus manos para calentar otras orejas mientras dura el otoño?
No hay mutuos. ¿No hay?

¿Seremos, al fin de cuentas, nosotros mismos… nosotros… otoños?
¿Otoños con personas, amores, vos y yo, con besos y vinos, con cachetazos y ardores o con primaveras en nuestro esófago?

Que ese tercio de marzo, que abril, que mayo, que esas dos partes de junio hablen. O callen. Pero que lo hagan ya.
Antes de que llegue el invierno.

Una ventana


Y de golpe me cayó la pregunta que se fue gestando toda esa noche:

¿Qué hago acá?

Todos comen y hablan. Ruido.

Se sienten, abrumadores, los sonidos de cuchillos y tenedores cayendo sobre platos densos y cada vez más áridos; y copas que se chocan con esos mismos tenedores, cuchillos, platos y labios que hablan y completan con vacíos la nada que es esa gran mesa.

Y me miran y me preguntan animados, sin darse cuenta de que no pertenezco (esa noche) a esa jungla, en donde sobrevive el más apto. En donde el silencio significa tapar una voz con otra. Y alguien me hace una pregunta que es interrumpida por otro interrogante que también es cortado por otra inquietud de alguien que apenas termina de hablar se olvida de lo que acaba de decir por estar pensando lo próximo que manifestará. Y así todos.

Y soy mi mirada. Y me fugo. Y todo queda desenfocado en ese restaurante, mientras vos te erigís como lo único nítido de esa noche. Tan clara y tan distinta como una verdad.

Quedo mirándote. No sé si dos horas o un parpadeo. Y dejo de mirarte un largo rato, para volver a vos luego. Para no quedarme allí, sino para que seas mi escape.

Girás, suavemente, la copa en tu mano, que es una extensión del paraíso. De tu perfil. Y creas, en medio de esa multitud de palabras, el silencio. En mi mente. Y lo que antes me aturdía, ahora es murmullo, es mar de fondo en esa ventana. Y vuelvo a la jungla, para poder ver por la ventana más tarde.

Y en uno de esos retornos a tu cuello, no estás. Y no sé donde volveré a encontrarte. Tal vez en otra jungla. Tendrás otras formas, otros colores, otro marco y otra será tu sangre en el vaso. Pero serás clara y distinta.

Mientras regreso de mi reflexión, en la jungla todos hablan al mismo tiempo, tratando de establecer cuánto dinero debe abonar cada uno para pagar la cuenta.

Sentime


Recuerdo que cerca de mi casa vivía una señora (que ya murió), que se las pasaba contando anécdotas de su vida.


Lo que siempre me pareció particular, es que cuando ella empezaba a narrar cada historia, para pedir que la escuchemos con toda la atención posible, decía: “sentime”, en vez de “escuchame”.

De chico me reía. “Qué bruta”, decía.

Con unos pocos años más, me rectifico.
Qué sabia.

Cifras


No mataron a 30 mil.


Mataron a uno.
Y lo mataron 30 mil veces más.

(Basado en un pensamiento de
José Pablo Feinmann
sobre el Holocausto)

Ser vida


Y un día el viejo me vio triste.


Después de pedirse un cortado,
me explicó que no debía buscar explicaciones
a aquello que ni siquiera podía explicar.

La vida no es una meta ni una estación pasada, me dijo.
No es una etiqueta ni el recibo de una apuesta mal o bien hecha, me aseguró.

La vida no sólo es repaso ni pronósticos.
Ni siquiera es un cúmulo de frustraciones ni de falsas promesas
de un engañoso proselitismo sentimental, aseveró.

La vida no es un tren que pase antes o después mientras nosotros no coincidimos en andenes inventados y falaces, me insistió.

“Vos sos vida”.

“Hacete poema de amor, metete en una botella y arrojate al mar”,
me aconsejó el viejo, que se confundía con las olas.

Lección a un zaguero


Defensa que has sido enviado

de la mismísima parca
en cuya suela aparca
sin más brillo que templanza…
en tu guadaña, las andanzas
de aquel hábil que se desmarca.

Hombre de justicia negro,
dueño de virtudes y de sustos
más orgulloso que justo,
será tu merecida condena
cuando con gloria y más pena
reivindiques valores vetustos.

Y en la verde gramilla,
cuando confundas con la entrega
la falacia que despega
a la violencia de la ira,
la verdad de la mentira
y la recompensa ciega…

Nada de andar llorando
por inoportunas promesas,
en altares sin proezas
o en lagrimosos soportes.
Eres el contacto de este deporte
pues actúa con nobleza…

25


Revisando un cajón, el de 25 se encontró en una foto con el de 18.

Lo miró firmemente, le sonrió y le dijo:

Te espera mucho…
Vas a amar y vas a ser amado.
Te van a dejar y vas a renunciar.
Tendrás muchos amigos y también te sentirás solo.
Todos te aplaudirán y todos sentirán un poco de pena por vos.
Caerás pero te levantarás.
Te van a tratar bárbaro y conocerás la indignación.
No te vas a dejar humillar en ciertos momentos.
Se irán algunos y llegarán otros.
Te sorprenderás tanto. Y te cansará la rutina.
No imaginas los mares de llanto que te esperan.
No tenés dimensión de los cielos de risas que están guardados para vos.
Vas a sacar sonrisas. Provocarás llantos.
Estarás muy gordo. Estarás flaco.
Te vas a sentir horrible.
Estarás seguro que sos la persona más bella del mundo.
Pegarás. Te cagarán a palos.
Darás demasiado. Tendrás abultadas deudas.
Sentirás que todo es injusto…
(salvo cuando todo se acomode nuevamente).
Vas a ser muy feliz
(pero la mayoría del tiempo no te darás cuenta)…


El de 25 despidió al de 18 guardándolo en el álbum.
Pero a su vez se preguntaba qué le dirá el de 30 cuando él sea fotografía.

Por las dudas, escribió esto…

Preguntas


Por qué intuyo que bajo ese sol que sale esta mañana, se esconde tu sonrisa cómplice.

Qué pista me da este aire que me despeina, de que sos vos la que lo sopla en tu omnipresencia.
Cuántas gotas debió llorar anoche el cielo para que hoy sea un día radiante.
Por qué ayer un pie se me mojaba en el mar y el otro pisaba firme la arena.
De qué color es tu sonrisa.
Cómo fue que, de un día para el otro, los músculos de mi cara empezaron a relajarse.
Cómo es que mi piel está en tu cuerpo.
Por qué estas preguntas son papel recién hoy.
Por qué mis manos saben de memoria quien sos.

Será que en el sol, en la mañana, en el aire, en mi pelo despeinado, en las gotas, en el cielo, en el día, en mis pies, en el mar, en la arena, en el color, en las sonrisas, en mi cara, en la piel, en el papel, en mis manos… en vos duermen, serenas, todas las respuestas.

Cielo


Después de la tormenta, miro el cielo y veo que está compuesto
por una mezcla rara, de un azul oscuro y un tímido violeta.

No se sabe dónde empieza uno ni dónde termina el otro.
Pero lo que sí se sabe es que son
dos incompletos formando un infinito maravilloso
:

ese cielo...

La puerta


El agujero en la barata carpetita de coco me muestra la punta despintada de la paleozoica mesa de luz de la habitación.

Una lamparita de veinticinco. ¿Para qué más? En la penumbra me conozco mejor.
Cinco cadáveres mutilados de cigarrillos yacen en su lecho de piedra.
Las sábanas pesan porque ya bebieron mi calor.

Por el espejo la pared parece limpia. Pero en verdad está mugrienta.
Las paletas giran. El aire que regalan me cae como baldazos de fuego. El motor es la banda sonora.
Mi piel se estira más y más. Ya no quepo en mi cuerpo.
Me veo acostado, durmiendo. El pucho se consume en mis manos, como todo lo que ellas toman.

La amnesia ya no merodea mi ser.
En mi retentiva duerme todo lo que fue hasta ese instante.

Un aroma a lavanda baña el lugar. Mi piel ya no sabe agria. Huele a jabón. Mis pies ya no están sucios. De mis ojos, huyeron las lagañas. La roña permanece allí recostada y yo ya no formo parte de ella.

Me acaricio la frente. Que hermoso sería todo si las cosas no fueran como son.

Me tapo con la vieja sábana. Y cubro algo más allí. Algo que siempre estuvo a la luz y que nadie supo ver.
Me coloco la cabeza otra vez en la almohada. La envidio. Ideas crueles y conjeturas falsas ya no caminan sus interiores senderos.
Apoyo suavemente, en un gesto casi maternal, mis labios sobre mi mejilla izquierda. Está fría.

Abro silenciosamente la puerta. Inútilmente, si nada despertará. Camino lento hacia fuera.
Cierro con pulso firme.

En esa habitación ya no entra más la luz.

Empresa


Pobre la muchacha con ojos de madrugada …


Trataba de pensar en los defectos
del niño con sonrisa de cielo
para que sea más fácil olvidarlo.

Sin embargo, lo único que lograba
era enamorarse más y más de él
ante cada fracaso de esa absurda empresa.

Habitación 201


El desinterés en comprender si afuera caminaba lento una bicicleta o era el Apocalipsis.

El hecho de que no me importe el no saber si cuando vuelvas a venir, lo vayas a hacer para visitarme, para quedarte, para buscarme o para despedirte.

Un conserje que vomitaba envidia al vernos tan felices.
Una valija tan pesada.
Una habitación pequeña y nuestra… la 201.
Una cama que fue nido, cueva, carpa, mesa, cena, barra, cine, discoteca, escenario, guerra, tumba, sorpresa, heladería, y nuestra…

La canción que bailamos tantas veces sin estar. Y que esta vez nos regalamos.

Los pellizcos, los besos o los mordiscos que no bastaban para desmentirnos que eso fuera un sueño.

Mi sonrisa cuando se te escaparon esas palabras que yo contuve… tan sólo un poco más de tiempo.
Un tiempo que no respetaba lógicas y un espacio roto que albergaba, en tan pocos metros, tanto…

Esas noches. Esas mañanas.

Las lágrimas de tantos días y meses, que se juntaron y me bañaron, que se transformaron en sonrisas y me taparon.

Como nos tapamos nosotros, esa madrugada que te dormiste antes, riendo y yo me quede mirándote, buscando en cada centímetro de tu cara, la explicación de por qué, en ese instante que todavía dura, me sentía tan completo...

Charla


Puede ser un precipicio.

Te conozco
me conoces.
Nos vemos y no nos conocemos.
Quiero morderte,
me quieres morder.
Nos reímos incómodos
nos abrazamos
y nos seguimos riendo incómodos.

Y veo un amanecer de verano
con una brisa de protagonista
al cerrar rápido tus párpados
y al ensayar una sonrisa.
Pero no es todavía.
Lo que sí es, es esta noche incómoda.
Y lo callo.
Y lo callas.
Y hablamos incómodos.

Fuego


Quemó las cartas porque allí estaban todas las palabras y promesas que ella le había mentido.

Quemó la taza que ella le había regalado porque no quería que el café de la mañana ni el té de la tarde se la recuerden.
Quemó los pantalones y remeras que ella le dio, para no llevarla más encima.
Quemó los pañuelos que lloró, porque ella no merecía las lágrimas que murieron allí.
Quemó la mesa en donde tantas veces conversó con ella, para no tener que sentir el vacío que había en la silla de enfrente.
Quemó sus fotos con ella, para negarse que la etapa más feliz de su vida sólo permaneciera en un papel.
Quemó los discos que escuchó con ella, porque las letras de las canciones no sonaban igual cantadas por él solo.
Quemó las sábanas y el colchón en donde tantas veces hizo el amor con ella, porque no podía verlos sin ella. Y porque no soportaba la idea de que ella conociera otro colchón y otra sábana (probablemente mejores que la suya).
Y cuando miró a su alrededor, todo era fuego.
Y no quedaba más nada por quemar.
Pero ella seguía presente. Seguía retumbando. Volaba. Hablaba. Reía. Reía mucho. Se burlaba. Lo ninguneaba. Lo mataba.

Entonces él se prendió fuego.

Tiempo después, sin agua ni viento de por medio, en el Instituto del Quemado, una enfermera le sanaba las heridas.

Está lloviendo


(llueve)

me susurró ella.
(¿sabés qué es lo que más me gusta de la lluvia?)
le pregunté para decirle:
(el mojarme el pelo…)
y, por suerte, ella replicó:
(a mí me gusta andar descalza bajo la lluvia)

(¿viste?)
dije…
(si nos abrazamos, la lluvia nos atraviesa…
desde la cabeza… a los pies)

Montaña rusa


Al principio me encantaba.

Ver cómo daba vueltas me entretenía.
Cómo iba y venía. Subía y bajaba.
Empinaba lento y caía rápido, para estabilizarse y volver a la cima.
Tiempo después ya no me agradaba tanto ese vaivén.
Y ahora, decididamente, no lo quiero para mí.

No sé si es que me aburre, me pudre o me cansa.
Pero sí sé que no lo necesito.
Siempre me pasa eso cuando lo inestable se vuelve rutina.
No.
No me gusta ser el operario de la montaña rusa.
Prefiero buscarme otro trabajo.
O, al menos por un tiempo, estar desocupado.

Usted


Lea qué hermoso es el mundo si está usted.

Sépalo. Sorpréndase y pregúntese.
Y luego (recién luego) salga y camine.

La espero en esa calle que usted caminará.
No me diga de qué color llevará la remera.
O qué adorno tendrá en el cabello.
Simplemente sonría.
Así la reconozco. Así la distingo de las demás.

Porque no sé cómo es usted.
No sé de qué color son sus ojos.
O qué defecto me delatará su imperfección.
Sólo sé que quiero estar con usted.

Camine.
Camine la noche
mirándola y note como ella
se esfuerza tratando de imitarla.
Pero no puede.

Camine. Camine mucho.
Que un beso mío la va a sorprender
en una esquina.

Y así continuaré escribiéndola.
Y empezaré a saberla.
Y a confirmar que es con usted,
mi demorada desconocida,
con quien quiero estar.

Marchas


Seguir andando. Dignidad.

Con tajos y grietas cutáneas.
Y una lava dérmica que se enfría con el viento
chocante de ir en marcha.

Correr.
Caminar.
Gatear.
Arrastrarse.

Pero ir.

Dolor terrible. Pero andar digno.
Ir secándose las lágrimas con todos los soles.
Ir apaciguando las quemaduras con todas las lluvias.

Transeúntes. Burlarse del mundo andando.
Violar al mundo creando otro.

Si se arrancan los brazos,
si se derriten las piernas,
si se deshace el alma,
nunca quedarse. Los pasos no se borran.
Nunca SER para nadie.
correrse la etiqueta
con la saliva, con el semen o con la sangre.

Pero correr.

Correrse corriendo.

Ir de noche, de madrugada.
Marcha matinal y vespertina.
Caminar despierto y trotar dormidos.
Mutilándonos en el camino. Pero ir.

Seguir andando.
En vida o en muerte.

Pero seguir andando.

Alivio

En estas épocas de calor..
de sumo, espeso y denso calor, solo me aliviaría…

un tsunami directo a mí…
Y esperarlo.
De frente, con los ojos cerrados y los brazos abiertos.

Placer


Y la bestia se lo mandó entero.


- ¡No! Así no – grité casi enojado. – Primero se le come la cáscara, bien comida. Pequeños roces con los dientes. Y luego, recién luego, se come uno, delicadamente, el relleno. Despacio. Saboreándolo - le dije como si fuera un experto que cree tener la capacidad de enseñar a disfrutar. (Y eso que callé sensaciones más fuertes, como la de no entender cómo puede haber gente que no los coma a mi manera).

- ¿Y qué? Yo disfrutó así el bonobón – dijo comiéndose impunemente el segundo.

Me quedé sin respuestas.

Ahí comprendí que el placer y sus formas, no son universales.
Que cada uno disfruta como quiere (o como puede).


En fin, pese a demostrarme que estaba equivocado (y la angustia que eso conlleva), ese dulce me reveló un consuelo.

Tres días en la vida


Ese día, en un momento…


Unas lentejas cortaban papas y picaban rúcula...
Una lenteja cortaba tomate...
Otra lenteja jugaba con un perrito...
Algún lentejón soñaba con retratar todo junto en una sola fotografía...
Un lenteja rabiaba porque el asado se demoraba (pero era para disfrutar más y más la previa)...
Otro lenteja peleaba para abrir un vino...
Dos lentejas se contaban chistes y reían, reían...

Y yo estaba ahí diciéndome, como en secreto, en un susurro interno... "siempre quise esto"...

Podrán robarnos todo.
La confianza, la alegría, las ganas (a veces).
Podremos perdernos. Podremos dejar de encontrarnos.
Podremos andar distintos caminos después del punto.
Pero, mis queridas y queribles legumbres...

siempre tendremos Villa Urquiza…

Paz


Pararme delante del ventilador.

Abrir el congelador y paralizarme un instante.
Asomar la cabeza por la ventanilla del auto en marcha.
Abanicarme con la revista del domingo.
Escuchar como llueve en el techo de chapas.
Recibir el agua de la ducha en pleno rostro.
Disfrutar lentamente del chocolate más sabroso.
Hacer rodar por mi frente un vaso de vino frío.
Regalarle a mi cara el sol de una siesta de junio.
Mirar al cielo y que la llovizna me sorprenda sin paraguas.

Un beso tuyo.

Yo también


“Yo también”.
Fue la declaración de amor que más veces he recibido.

Tambienémonos, pues.

Martina


Como una picardía del destino, al otro día, después de que pasara ese gran primer momento, Martina se sintió feliz porque descubrió, con ese llamado, que había alguien que pensaba en ella (o que al menos empezaba a pensarla).

Estornudó riendo esta vez, cuando notó que la lluvia de la tarde anterior no solo les iba a dejar un resfrío como huella.

Martina, una tarde, cayó en la cuenta que su lazo con él tenía algo nuevo, único. Por primera vez sentía que una relación era mejor siendo vivida que siendo contada.

Un día de campo, mientras todos corrían divertidos y ella tomaba sol al costado de la pileta, él pasó rápido, furtivo y le dejó un papel en la palma de su mano en el que le decía, simplemente, que la amaba. Todo para que Martina cerrara sus ojos, suspirara y sonriera.

A Martina le encantaba sentir el calor de la pierna de él cuando se sentaban juntos en alguna reunión.

La lengua de Martina no distinguía entre el sabor del chocolate que él le regalaba cuando la esperaba a la salida de su trabajo, y el cuello de él en alguna siesta que dejaba de ser aburrida.

A Martina le fascinaba capitular en sus guerras ante una mirada de él.

Sin embargo, todo lo narrado pasó en un tiempo que no fue.

Una pena por ella. Porque esa tarde lluviosa, cuando le sonrió con compasión y le dijo a él que no, Martina no sabía lo que se estaba perdiendo…

Segundos


En diez segundos puede caer un boxeador.

En nueve segundos tu hijo puede ver el mundo.
En ocho segundos la oruga puede ser mariposa.
En siete segundos puede nublarse y llover.
En seis segundos puedes tener un orgasmo.

En cinco segundos todo puede empezar.
En cuatro segundos Dios puede dejar de existir.
En tres segundos la advertencia deja de serlo.
En dos segundos te suceden mil imágenes.
En un segundo te pueden dejar.

10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1, …

De la nada, nada sale.

Genealogía


El otro día decidí estudiarme.
Y opté por realizar una genealogía mía.
Mis orígenes. Mi descendencia.

Pero nada de antepasados. Genealogía interna. Propia.
Y empecé por la siguiente pregunta:

¿A qué edad habré nacido?

Todavía no puedo continuar.