La puerta


El agujero en la barata carpetita de coco me muestra la punta despintada de la paleozoica mesa de luz de la habitación.

Una lamparita de veinticinco. ¿Para qué más? En la penumbra me conozco mejor.
Cinco cadáveres mutilados de cigarrillos yacen en su lecho de piedra.
Las sábanas pesan porque ya bebieron mi calor.

Por el espejo la pared parece limpia. Pero en verdad está mugrienta.
Las paletas giran. El aire que regalan me cae como baldazos de fuego. El motor es la banda sonora.
Mi piel se estira más y más. Ya no quepo en mi cuerpo.
Me veo acostado, durmiendo. El pucho se consume en mis manos, como todo lo que ellas toman.

La amnesia ya no merodea mi ser.
En mi retentiva duerme todo lo que fue hasta ese instante.

Un aroma a lavanda baña el lugar. Mi piel ya no sabe agria. Huele a jabón. Mis pies ya no están sucios. De mis ojos, huyeron las lagañas. La roña permanece allí recostada y yo ya no formo parte de ella.

Me acaricio la frente. Que hermoso sería todo si las cosas no fueran como son.

Me tapo con la vieja sábana. Y cubro algo más allí. Algo que siempre estuvo a la luz y que nadie supo ver.
Me coloco la cabeza otra vez en la almohada. La envidio. Ideas crueles y conjeturas falsas ya no caminan sus interiores senderos.
Apoyo suavemente, en un gesto casi maternal, mis labios sobre mi mejilla izquierda. Está fría.

Abro silenciosamente la puerta. Inútilmente, si nada despertará. Camino lento hacia fuera.
Cierro con pulso firme.

En esa habitación ya no entra más la luz.

1 comentario:

Dieguillo dijo...

me gusto...que mas queda...