Fuego


Quemó las cartas porque allí estaban todas las palabras y promesas que ella le había mentido.

Quemó la taza que ella le había regalado porque no quería que el café de la mañana ni el té de la tarde se la recuerden.
Quemó los pantalones y remeras que ella le dio, para no llevarla más encima.
Quemó los pañuelos que lloró, porque ella no merecía las lágrimas que murieron allí.
Quemó la mesa en donde tantas veces conversó con ella, para no tener que sentir el vacío que había en la silla de enfrente.
Quemó sus fotos con ella, para negarse que la etapa más feliz de su vida sólo permaneciera en un papel.
Quemó los discos que escuchó con ella, porque las letras de las canciones no sonaban igual cantadas por él solo.
Quemó las sábanas y el colchón en donde tantas veces hizo el amor con ella, porque no podía verlos sin ella. Y porque no soportaba la idea de que ella conociera otro colchón y otra sábana (probablemente mejores que la suya).
Y cuando miró a su alrededor, todo era fuego.
Y no quedaba más nada por quemar.
Pero ella seguía presente. Seguía retumbando. Volaba. Hablaba. Reía. Reía mucho. Se burlaba. Lo ninguneaba. Lo mataba.

Entonces él se prendió fuego.

Tiempo después, sin agua ni viento de por medio, en el Instituto del Quemado, una enfermera le sanaba las heridas.

2 comentarios:

robert dijo...

la enfermera del amor... ta bueno

Anónimo dijo...

Ja! Me siento muy identificado con esas líneas, ya q me queme en verano y me atendieron en el Instituto del quemado...pero no fue muy bella la resolución de la enfermera que me frotó jabon liquido por las heridas y sin previo aviso me corto el cuero. Nada sexy, nada amorosos, por lo contrario muy doloroso...Abrazo Rodrigo